sábado, 11 de abril de 2009
jueves, 12 de marzo de 2009
Cómo se pasa al otro lado del espejo?
Para pasar al otro lado del espejo,
Se necesita el valor temerario
de un niño de siete años, de su facultad
para convertir el azul en quetzal
y la nube en garza.
El sabe que tiene que ascender por la
vertiente más peligrosa del espejo,
trepar cuidadosamente para no
tropezar con el brillo, afianzar con firmeza el pie,
para evitar hundirse
en la garganta de los reflejos, y eludir
el encuentro cegador con los ojos
de su doble. Entonces llegará a la cúspide
y pasará al resplandor del otro lado,
descendiendo por la parte oscura de la luna.
Del libro: Preguntario Jairo anibal niño
jueves, 5 de marzo de 2009
Al otro lado del espejo
Hace frío. Llevo tanto tiempo aquí dentro, y sin embargo, no puedo acostumbrarme a este frío intenso, tan azul. Me miro en la pulida superficie de mi encierro y sonrío. Allí está ella, como siempre, arreglándose, admirándose. Se toca esos pechos blancos y duros que no conocen la silicona y sí las manos expertas de algunos amantes ocasionales. Admiradores vanos que no saben mirarla como yo la miro. Yo, que la contemplo vestida y desnuda, que la devoro con mi mirada, que me la bebo con el alma. Yo sí la amo. Por cómo se mueve, cómo respira...Ay, siento el impulso de tocarla, romper estas cadenas y salir al encuentro de su boca. Pero no puedo. Hoy se está poniendo tan guapa...Aunque no sé porqué la amo tanto si es estúpida y fría, despiadada y mezquina. No sé porqué la amo tanto si la odio, si quisiera traspasar esta pared de hielo que me separa de ella y estrangularla con mis propias manos. Ella que se mueve con tanta gracia, ella que puede respirar al otro lado de mi pared, al otro lado del espejo... Ella que soy yo. Yo, su imagen prisionera, yo su primera víctima que la sigo y la persigo por todos los espejos, por cada escaparate en el que se derrama con su belleza...Yo quiero sus aires y respirar lo que ella tiene en mi lugar. Yo, la imagen del otro lado he recibido su mirada y me sé amada. Ella sólo me ama a mí. Somos una sola cosa. Un sólo ser. Pero mi amada no conoce el otro lado del espejo. Esto es tan frío y desolador sin ella cerca...Quiero que venga conmigo, que se abrace a mí al otro lado del espejo. Sí, iré a buscarla de madrugada, cuando vuelva sola y borracha como cada sábado. Ella es prudente y nunca sube acompañada de sus amantes. De madrugada la luna será la única testigo de nuestra unión... Saldré de mi encierro y la abrazaré con fuerza, mis manos rodearán su fino cuello y mientras muere, mientras sus ojos azules se nublan, yo la atraeré hacia mí, a mi reino, mi cárcel, mi destierro, y juntas por fin seremos una sola cosa. Aquí, al otro lado del espejo.
domingo, 1 de marzo de 2009
Alicia a través del espejo
En el año 1871 publicaba Carroll la segunda parte de aventuras de Alicia, A través del espejo. Curiosamente, la génesis de esta obra guarda un sorprendente paralelismo con primera parte de las aventuras de Alicia. Por aquel entonces Carroll conocía a otra niña llamada Alice Raikes. Se encontraba esta segunda Alicia jugando en el jardín de su casa cuando Carroll la llamó desde el interior. Estaba en un salón lleno de elegantes muebles con un gran espejo al fondo. Carroll situó a la niña delante del espejo y dándole una naranja le dijo:
-Primero quiero que me digas en qué mano tiene! naranja. -En la derecha -contestó Alicia. -Ahora --,dijo Carroll- fíjate en el espejo y dime en mano tiene la naranja la niña que ves en él. -En la izquierda --dijo Alicia. -¿Y cómo se explica eso? -le preguntó Carroll. La niña se quedó dudando, pero al fin dijo: -Si yo estuviera al otro lado del espejo, ¿no es cierto que naranja seguiría estando en mi mano derecha? -¡Bravo, mi pequeña Alicia! ---exclamó Carroll- ¡Es la mejor respuesta que he recibido hasta el momento!
La anécdota, contada años más tarde por la propia Alice Raikes, ilustra perfectamente el método de trabajo de Carroll. Partía siempre de una anécdota, de una situación en la que se encontraba rodeado, generalmente, de sus pequeñas amigas. Un comentario -como el de Alice Liddell- o la respuesta a una de sus preguntas -como en el caso de Alice Raikes eran suficientes para disparar su imaginación hacia una obra de creación. Cuando Alicia observa lo que haría si se encontrar «otro lado del espejo», Carroll convierte la hipótesis de la niña, en realidad: traslada a «su» Alicia a través de él, iniciando así una nueva serie de aventuras.
Mi Encuentro con un Incubo
¿Como es posible que solo hasta ahora lo entienda?Creo que alguna parte instintiva de mi ser, siempre lo supo. Desde la primera vez que te vi aparecer como una sombra, sentí tu naturaleza cernirse sobre mí. Y la deseé…Tal vez te conjuré en silencio desde mi gris cotidianidad, desde mis mañanas de café y Malboro, desde mis tardes de bosanova y Benedetti, desde mis noches de brandy y ausencia. Entonces vino a salvarme tu mirada... O a condenarme. Miré a la mesa de al lado, al atractivo desconocido que concentrado en la lectura, parecía soñar… asomé mi mirada al libro: “Las edades de Lulú” Inevitablemente mi mente se vio invadida de imágenes, de ese franco erotismo del que estaría disfrutando él en ese instante, deseé penetrar en su mente, compartir aquellas líneas, aquellas frases, aquellas fantasías…Fue cuando sentí el ardor de tu mirada. Instantáneamente me sentí invadida por tu magia, mis pechos experimentaron ese ahora familiar hormigueo que se extendía por mi cuerpo como una especie de marea alta. En ese momento me sentí turbada. ¿Acaso me habías descifrado de algún modo? Sentí como el rubor cubría imprudentemente mis mejillas y bajé la mirada, mas por costumbre que por pudor. Escuché tu risa acercarse y supe que había empezado a moverse el mecanismo de un destino siempre irónico.Ya en el primer momento te reconocí como un demonio. Definitivamente no cabías en el pedestal de mis ángeles. Despertaste en mí desde esa primera mirada, una sensualidad silvestre y franca que no asumía como propia. Me fui aferrando a tus noches de exceso. Noches casuales en las que aparecías como un espectro detrás de una columna, al final de una escalera, como una mano entre el enredo humano poseído por la música. Una oscura figura, de labios mórbidos, manos inquietas y sexo despierto, que me arrastraba a un universo oscuro y lujurioso, donde se revelaba mi verdadera naturaleza, despojada de velos, de complejos, de pudores hipócritas…Donde era solo un cuerpo enredado en tu cuerpo, un alma abrazada por tu alma.Mi esencia fue colándose por la vertical sonrisa de mis ansias. Mi universo comenzó a reducirse a tu piel morena. Era una esclava de tus manos que me veneraban a su vez como Diosa. Y mientras mas débil y dócil me tornaba, tú crecías como un gigante omnipotente. Una noche mientras dormías, yo te contemplaba embelezada. Recorriendo una a una tus facciones, como si quisiera grabarlas en mi mente, hacerlas parte de mí de alguna forma. Atesorar el par de cejas arqueadas y espesas, los ojos egipcios, el perfil griego, la sensualidad de unos labios gruesos y de bella línea, la piel que afortunadamente no era de bronce, el sexo que gracias a los Dioses no era de jade.Me detuve en medio de mi minucioso examen. En la penumbra, tu piel naturalmente oscura parecía extrañamente pálida. Coloqué mis manos alrededor de tu cuello, como me pedías hacerlo en el placer. Un secreto deseo de apretar…De ser la dueña absoluta de tu belleza de ídolo que ahora guardaba para siempre en mi memoria. Me sentí voluptuosamente siniestra. Un movimiento tuyo, un movimiento de pantera, invirtió las posiciones, sentí tu calido peso sobre mí, las oscuras pupilas clavadas en las mías… Mordiste sensualmente mi cuello como te pedía hacerlo en el placer, un gemido…Una extraña certeza…Silencio. De nuevo el desenfreno…Al amanecer te habías marchado, como en muchos otros amaneceres. Pero está vez sabía que no volverías. Había descubierto tu secreto… Y no habías notado mella de miedo en mis ojos… Aún te espero en mis noches. Se que vendrás tarde o temprano, porque hoy comprendí que soy la única capaz de consolarte, mi solitario incubo melancólico…Por eso partiste. Por que conseguiste refugio en el hueco de mi cuello, porque al calor de mi pecho rumiabas tus angustias, porque al ritmo de mis caderas presentías tu derrota…
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